Articulo publicado en Forbes Colombia
Por: Catalina Jiménez Combariza
¿Y si aprendiéramos todos los días a mirarnos en el espejo y decirnos lo capaces que somos?
Siempre que dicto un entrenamiento para medios a mis aliados y clientes, les propongo realizar, (entre muchos otros) un ejercicio “simple” de empoderamiento y visualización, en el que antes de entrar a dictar una presentación, o a dar una entrevista se visualicen exitosos, poderosos y les pido que se imaginen cerrando el espacio de forma victoriosa. ¿Esto para qué sirve?, para decirle a sus cerebros y a su propia seguridad, que además de todo lo calificados que ya están, van a ser capaces y se merecen el espacio que les están abriendo.
¿Y si aprendiéramos todos los días a mirarnos en el espejo y decirnos lo capaces que somos?, si lo que muchas veces con facilidad comunicamos para afuera ¿nos lo dijéramos a nosotros mismos?, siempre me cuestiono ¿cuál es esa narrativa sobre lo que somos, qué nos estamos diciendo?, será que: ¿el cómo nos comunicamos con el otro, es un reflejo de cómo lo hacemos con nosotros?, la verdad es creo que NO, y que a veces nos es más fácil reconocer el logro del otro, que el propio, ver la belleza en la otra persona que en uno mismo y si bien es algo que nos pasa a hombres y mujeres, también siento que nosotras, las mujeres, somos las más duras y “saboteadores” con nuestro discurso interior, sobre las capacidades, idoneidad, físico, logros y aquí lamentablemente la lista continúa…
¿Soy capaz?, ¿me lo gané?
Tengo amigas en los más diversos cargos y ejerciendo sus labores diarias desde los más variados roles; altas ejecutivas, directoras, vicepresidentas, entrenadoras, médicas, presidentas, en dónde además se desempeñan como mamás, esposas, hijas, amas de casa. No tengo la menor duda, cada una de ellas se ha ganado con total mérito el lugar en el que se desempeña.
Sin embargo, me atrevo a decir que todas alguna vez o varias veces hemos dudado de nuestra idoneidad para asumir alguna de las funciones que en nuestro rol nos compete (y me incluyo); a mis amigas las he oído decir “creo que no soy capaz de dictar esa charla”, “hice muy rápida mi intervención para no aburrirlos”, “ a veces siento que no estaba lista para ser mamá, mis hijos tal vez se traumaticen por mi cargo en la empresa, que me exige viajar continuamente”, “no sé si soy suficientemente buena para ese puesto” y mi propia lista, incluso, es aún más larga…En resumen, vamos por la vida creyéndonos impostoras de lo que con esfuerzo nos hemos ganado.
Si bien el síndrome del impostor es un trastorno psicológico y seguramente tiene unas implicaciones y características mucho más profundas, que solo un experto nos podría explicar. Creo que todos en alguna oportunidad hemos tenido alguno de estos síntomas: 1) Creer no merecer los propios logros, creer que es producto de la suerte, 2) Dudar de las propias capacidades y la última y tal vez la más dolorosa, 3) Un temor constante a ser descubierto como si se estuviera cometiendo un fraude.
En carne propia he vivido sobre todo el primer síntoma, a los 23 años me lancé al agua del emprendimiento, y mientras la agencia crecía, yo por mi parte muchas veces pensé o sentí que no lo merecía y que gran parte era cuestión de la suerte. Para alegría mía, esta sensación se ha vuelto menos frecuente con el paso de los años, al ya no sentirme una emprendedora de 23, sino una mujer de 40 que tiene su propia empresa.
Sobre los estereotipos y otros demonios
Cuando se trata de la parte física, siento que ese diálogo interno muchas veces es aún más doloroso e implacable hacia las mujeres. Tengo una amiga que tiene una tienda de ropa, y siempre cuenta que cualquier tipo de mujer que entre se mira al espejo con el vestido que se está probando y se vea como se vea, sin importar su aspecto, siempre se ve una “falla” … “si tal vez fuera más pequeña acá”, “si esto lo tuviera más grande”. Somos duras y nos hablamos fuerte, una vez más nos saboteamos, pero ahora con nuestra apariencia.
Últimamente sigo en redes sociales a influencers de diferentes tallas y características físicas que reivindican la belleza de cualquier manera, me hacen sentir bien y me recuerdan el compromiso constante de decirme a mí misma que estoy bien tal como soy, que todas debemos sentirnos libres y felices de habitar nuestro propio cuerpo.
Empoderadas y libres
Hace unos años una de las ejecutivas que trabaja en mi equipo me envió un correo increíble, intermediando por su pareja, creo que nunca había visto una promoción hacia alguien mejor hecha, lo curioso del asunto es que ella para sí misma, jamás había negociado algo así conmigo, cuando se lo hice ver, sus argumentos seguían haciendo más fácil para ella “vender” las cualidades del otro que las propias.
Existe un estudio que muestra que la brecha salarial en gran parte se debe porque las mujeres negociamos pésimo[1], no le damos valor a nuestro trabajo, y aun estando cualificadas no aplicamos, porque creemos que alguien puede ser mejor. Los hombres por su parte con cualificaciones a veces inferiores, se le “miden” y se lanzan a explorar sin cuestionarse tanto sobre si cumplen con estos requisitos.
Volvámonos nuestras mejores amigas, al final y como dicen varias tarjetas motivacionales “somos la persona con la que vamos a vivir toda la vida”. Que tal si nos comunicamos en positivo, si como el mejor vocero de nosotras mismas, corregimos nuestro diálogo interno y esa narrativa se vuelve poderosa, nos aceptamos con cada una de nuestras individualidades que nos hace justamente eso, únicas y así enseñamos a nuestros hijos e hijas a amarse, respetarse, creerse capaces y merecedores como resultado de no sólo su esfuerzo, sino de su propia naturaleza.
Tardé casi 36 años en creerme mis capacidades laborales y para entonces ya tenía una empresa de 13 años (fundada por esa chiquita de 23, llena de sueños), ahora tengo 40 y aún por momentos vivo algunos desamores con el espejo. Pero también, repaso mi diálogo interno para no sabotearme y soy consciente que la tarea de reaprender a hablarme, empoderar a mi hija en su propio discurso y acompañarnos entre todas a construir narrativas personales más sanas y positivas, es una tarea permanente y de todas.
[1] BABCOCK, Linda; LASCHEVER, Sara. “Ask for it: How women can use the power of negotiation to get what they really want”. Bantam Dell, EE. UU 2009)
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